La voz es un instrumento poderoso y quizá lo que nos hace realmente humanos. Nos ayuda a expresarnos, pero no sólo a través de lo que decimos, sino de cómo lo decimos. No hablamos igual, ni en el mismo tono, si queremos reconfortar a alguien o si tenemos que corregirle a un error. Al hablar, modulamos la voz, haciéndola más o menos suave, enérgica, animada, etc., según el contexto y según cómo nos sintamos. Por ello, nuestra voz puede transmitir mucha información sobre nosotros mismos.
La modulación de la voz, el ritmo, la musicalidad e incluso el ritmo al que respiramos mientras hablamos también forman parte de la comunicación, una parte muy importante. Si estamos relajados, nuestra voz sonará completamente distinta que cinco minutos antes de hacer un examen.
Nuestra forma de ser también se transmite a través de la voz. Si somos extrovertidos y sociables, tenderemos a hablar más alto de lo normal y a remarcar aquello que queremos contar, acostumbrados a tener personas a nuestro alrededor escuchando. Si, por el contrario, somos tímidos y no nos gusta hablar en público, normalmente hablaremos en un tono bajo, suave y, dependiendo del grado de timidez, apenas audible.
Si queremos hacernos oír, por el contrario, modularemos más nuestra voz, dándole más musicalidad, y, por tanto, haciéndola más atractiva al oyente. Si queremos hacer una confidencia, por el contrario, utilizaremos un tono más suave y bajo.
La agresividad también se percibe a través de nuestra voz. No sólo a través del tono, que será más alto de lo habitual, sino también a través de la modulación, dicha con fuerza y con tono retador. También el ritmo de la respiración se vuelve más rápido, signo de que la persona está perdiendo el control.
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