La alegría y la tristeza son dos sentimientos profundamente íntimos, es decir, no siempre se pueden entender desde fuera. Sin embargo, el respeto es inherente a dicha intimidad. Cada persona se alegra por un motivo totalmente diferente y se entristece, también por razones diversas. Cada ser humano reacciona de una forma particular y concreta ante hechos similares. Por ejemplo, ante la muerte de un ser querido existen personas que se hunden y otras, que hacen de ese dolor una fortaleza para luchar por el futuro.
La diversidad en el modo de obrar y de sentir muestra la riqueza de la libertad y también, de la interioridad del corazón humano. Pero para aprender a vivir con mayor inteligencia emocional es bueno practicar la empatía que surge de la diferencia. En ocasiones, aquellos que viven una depresión que dura años, sienten en parte, esa incomprensión social. Es decir, desde fuera, en ocasiones, no se entiende los motivos por los que alguien puede estar mal.
De hecho, existen frases totalmente equivocadas y que se pronuncian con mucha facilidad: “Lo tiene todo para ser feliz”. En esencia, nadie sabe desde fuera qué le duele a una persona por dentro, por ello, conviene aprender a tener más prudencia. Igual que desde fuera, es mejor aprender a no poner el dedo en la herida, es decir, es mejor no hacerle preguntas a una persona que se encuentra mal, constantemente, sobre el mismo tema. Algo que con frecuencia se hace, en el caso de aquellos que están en desempleo. El entorno más cercano, con demasiada facilidad pregunta: ¿Has encontrado un trabajo?
La vida no se reduce a un sólo tema y a nadie le gusta que le recuerden su situación constantemente porque duele. Y duele todavía más, cuando no se tiene suficiente confianza con alguien como para abordar cuestiones que tocan el corazón de lleno.
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