Cada uno de nosotros sabemos perfectamente qué es lo que podemos conseguir y qué es lo que está fuera de nuestro alcance, es decir, conocemos a la perfección cuáles son nuestras limitaciones. Este conocimiento viene dado por las ideas que los demás nos han transmitido sobre nosotros, por nuestras experiencias al intentar algo y no haberlo conseguido, por nuestra imagen del mundo, etc.
Conocemos tan bien nuestras limitaciones que cuando pensamos que algo está fuera de ellas, ni siquiera lo intentamos. El problema es que esas fronteras que nos limitan no son reales en su mayoría, es decir, existen sólo en nuestra cabeza.
Esto viene dado, como hemos dicho, por todas las creencias que hemos construido en torno a nosotros mismos. Y las consideramos tan reales que sabemos que “no podemos” hacer algo, aunque nunca lo hayamos intentado. Y este “no puedo” llena muchos aspectos de nuestra vida, limitando en gran medida las posibilidades de éxito, haciéndolas desaparecer antes de que aparezcan.
Sin embargo, esos límites que nos parecen inamovibles, en realidad no lo son, sino que al igual que nosotros los hemos establecido, nosotros podemos moverlos, redefinirlos y cambiar las creencias sobre lo que podemos y no podemos hacer. Para ello, lo primero que tenemos que hacer es estar convencidos de que podemos lograrlo, de que está en nuestra mano romper nuestros límites.
Esto no resulta fácil, porque este pensamiento nos da miedo. En el fondo, nos sentimos cómodos con nuestros límites, donde sabemos cuál será el resultado de nuestras acciones. La idea de romperlos nos da vértigo porque, en el fondo, no sabemos dónde podremos llegar si los rompemos, dónde nos llevará la posibilidad de explotar todo nuestro potencial. Sin embargo, la única posibilidad de perder ese miedo y llegar a ser todo lo que podemos ser es enfrentarnos a él, romper los límites y ver qué desafíos nos esperan al otro lado.
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