No se ha puesto el sol todavía y aún no ha empezado la feria que han montado en la ribera. Pensé que había perdido todo mi tiempo y mis monedas; pero no, hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.
He acabado mi negocio. Están hechas las cuentas y regreso a mi hogar. ¿Qué he de pagarte, guardián? Tranquilízate, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.
Se ha detenido el viento y las nubes oscuras y bajas del crepúsculo no anuncian nada bueno. El agua espera callada el vendaval. Voy a pasar al otro lado del río pues tengo miedo de que caiga la noche. ¿Me pides el dinero del viaje, barquero? Sí, hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.
Un mendigo se ha sentado a la vera del camino debajo de un árbol. Me mira esperando con timidez. Es muy posible que crea que llevo mucho dinero. Sí, hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.
Ya ha caído la noche, y se ha desvanecido el camino desierto. Brillan las luciérnagas en medio de las frondas. ¿Quién me andará siguiendo en silencio, ocultándose si me vuelvo a mirar? ¿Quieres robarme, verdad? Pues no te marcharás con las manos vacías, porque algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.
Luego, cuando a medianoche llego a mi casa con la bolsa sin nada, tú me estas aguardando a la puerta con un mirar ansioso, insomne y silenciosa; y te echas en mi regazo como un tímido pájaro, llena de amor. Sí, sí, ¡Dios mío! ¡Cuánto me resta aún!: ¡la suerte no me lo ha quitado todo!
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