Juliana, psiquiatra, escribe sobre la naturaleza de las relaciones entre hombres y mujeres, y asegura que la civilación nos ha impuesto demasiadas barreras de disfrutar de las experiencias:
Recogimos a José Manuel en el camino. LLanero o campesino, unos 60 años, alto, fuerte, nervudo, pecho templado, brazos peludos y curtidos por el sol..., las planicies, el tiempo. La vida.
Durante cinco horas José Manuel nos divirtió con sus anécdotas, su profunda filosofìa acerca de las mujeres, el amor, las relaciones de pareja, el manejo del dinero, los negocios de la carne (no piensen mal..., es carnicero y va a poner un asador). De risa franca y mente abierta, generoso, gocetas de la vida y de las experiencias..., un hombre interesante.
Hoy, comentando con una amiga acerca del viaje, le decía que que si no fuera por las distancias impuestas por los diques internos que dividen lo bueno de lo malo, lo culto de lo inculto, lo adecuado de lo inadecuado, lo debido de lo indebido, y lo compatible de lo incompatible..., si no fuera por todo ello..., ese hombre iletrado, rudo, fuerte, vibrante, generoso, divertido y bello sería un hombre con el que me hubiera gustado perderme (o mejor, encontrarme) cualquier fin de semana.
..."Mire, negra (me dijo negra desde el principio, mientras al colega con el que yo viajaba le decía patrón o doctor), mire negra, a mí no me gustan los compromisos, yo tengo amigas, y hasta amigas doctoras. Yo viajo con ellas, nos vamos un fin de semana, paseamos rico, por entre las tiendas, comemos lo que queremos donde queramos, nos quedamos donde nos llegue la noche, bailamos, desayunamos con calma, caldito de costila -eso sí, tiene que ser de buena costilla- y yo se de eso -chocolate, arepa buena, carne asada, unos envueltos de mazorca, unos huevitos y listos, listos para seguir paseando. Me gasto mi buena plata y les gasto a mis amigas. El último viaje que hice duró 20 días, nos fuimos con un amigo y su novia, yo y mi amiga, para eso está la plata, para gozársela, y ellas quedan felices y yo también".
"A mí me gustan las mujeres querendonas aunque jodan. Uno pa que quiere una que no lo quiera a uno... Yo por eso digo que sean bien querendonas aunque jodan". "Es que a la mujer querendona le pasa lo de la vaca negra que amamanta un ternero blanco, se enloquecen con el ternero, es su más preciado tesoro, es su ternero blanco, lo cuidan, lo celan, lo cercan... Así es la mujer querendona con el hombre que ama, como esa vaca negra con su ternero blanco".
Observando a José Manuel mientras hablaba (gesticulación fuerte, sonrisa fácil, lengua mordaz), recordaba que en el ruralito hubo varias oportunidades donde a Fanny o a mí nos comenzaba a parecer atractivo un joven jornalero, un campesino. En ese momento, Mauricio, nuestro otro compañero, nos mandaba para Bogotá. "Mal de vereda", le decíamos. Y el 'mal de vereda' era el peligro de poderse enamorar de un hombre alejado de nuestros apellidos, cartones y posiciòn social. ¿Absurdo? No lo sé.
Como psiquiatra sé que es muy difícil vivir o convivir con alguien alejado de nuestra formación cultural e intelectual, pero a veces en un hombre ajeno a nuestro intelecto intuimos una fuerza irracional, más cercana a la tierra o al cielo, al fuego y a la llama. Algo así, tan inexplicable como cuando un hombre se vuelve loco por su secretaria o una condesa se enloquece con un guardabosques (creo que estoy pensado en el amante de lady Chatterley).
Tal vez por eso viajan las nórdicas a comerse un negro en San Andrés. Tal vez lo que buscan las rubias nórdicas en el negro no es solo la belleza de su piel (dicen que la textura de la piel de un negro es similar al terciopelo más fino, acerada, elástica, oscura, profunda...) o su enorme verga mitológica (o más bien no solo eso buscan). Tal vez buscan lo que todas buscamos desde el principio de los tiempos: un hombre genuino, el verdadero salvaje, pero no solo en el sexo. Ese primer hombre que es macho porque es macho, que no es macho gracias a su chequera, a sus diplomas, a su pendejada. Simplemente un macho que nos permita ser hembras. Hembras en celo, hembras jadeantes, hembras protegidas, hembras asustadas.
Son tantos los diques que la llamada civilización ha impuesto en nuestros instintos más primarios. Son tantas las barreras, los escalones que nos separan de la experiencia viva y llana. El temor al compromiso, la fidelidad, el qué dirán y el qué no dirán, la compatibilidad social o intelectual, el dinero..., todo.
Es un precio alto. El cada vez remontarnos màs alto nos ha alejado de la tierra. De los hombres que la pueblan. Del poder vivirlos a todos, a cualquiera. Negro, zambo, mestizo, blanco. Jornalero, mecánico, jardinero, agricultor.
Hay un hombre interesante en cualquier vereda. Pero el veto existe. Ahí, aquí. Dentro.
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