Cuando te hablo de cómo me siento y tú me dices qué yo debería sentirme de otro modo, me hieres mis sentimientos;
Cuando te hablo de mis problemas y tú te empeñas en resólvermelos, me decepcionas, aunque te parezca extraño.
¡ESCUCHA!.Yo te pido que me escuches,
quiero sentirte a mi lado,
no te pido que me hables o que resuelvas mis cosas,
quiero sólo que me oigas atentamente.
Cuando haces por mi algo que puedo y debo hacer yo solo,
refuerzas mis temores y mi sensación de ineptitud;
Pero cuando aceptas mi derecho a sentir lo que siento,
y a pensar lo que pienso,
por muy irracionales que te parezcan,
eso me hace sentirme bien conmigo y contigo
y entonces soy incluso más sensibles a tus sugerencias.
En efecto, cuando escuchas mis sentimientos,
me ayudas a descubrir qué se oculta detrás de ellos.
Y cuando esto me queda claro,
las respuestas resultan obvias y no necesito consejos.
Pienso que, tal vez,
esa es la razón de porqué a algunas personas
les sirva la oración:
Dios es silencioso y no da consejos ni intenta convencer a nadie,
Dios sólo escucha,
y así facilita que cada uno descubra sus propias soluciones.
Así es que, amigo, por favor: escúchane sin más.
Cuando tú desees hablar, espera a que yo termine
y, entonces, yo te escucharé agradecido.
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