Una niña estaba sentada observando a su madre mientras lavaba los platos en la cocina. De repente, notó que ésta tenía varios cabellos blancos que sobresalían en su cabellera oscura. Miró a su madre y le preguntó inquisitivamente:
-Mamá, ¿por qué tienes cabellos blancos?
-Bueno -contestó ella-; cada vez que tú haces algo malo y me haces llorar o me pones triste, uno de mis cabellos se pone blanco.
La niña se quedó pensativa unos instantes y luego dijo:
-Mamá, entonces, ¿ por qué todos los cabellos de la abuelita están blancos?
Revisemos esta anécdota. La madre utiliza la curiosidad de saber y aprender de su hija para hacerle chantaje, haciéndose la víctima y faltando a la verdad. A veces este tipo de respuesta surge de la ignorancia de la respuesta al interrogante que nos han formulado. Pero también aquí tenemos una linea de acción educativa importante. Podemos decir simplemente:
-No sé por qué en determinado momento los cabellos se ponen blancos, pero ¿qué te parece si las dos juntan intentamos averiguarlo?
Esta madre ha dejado pasar una ocasión para relacionarse de forma honesta con su hija, para fomentar la complicidad y aprender juntas algo que ninguna sabe. El engaño es captado y el respeto cae. Y, además, le rebota en contra la mentira que ha lanzado.
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