Cuando tenemos que tomar una decisión, especialmente si es muy importante de cara a nuestro futuro, siempre nos aconsejan que la tomemos con la cabeza fría, que lo pensemos bien, intentando ser lo más racionales posibles, sin dejarnos llevar por las emociones. Y es de ese modo como creemos que tomamos las mejores decisiones.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. De hecho, según los expertos, si intentáramos tomar las decisiones sólo con la razón, sin la menor intervención de las emociones, nos bloquearíamos y llegaría un momento en que seríamos incapaces de tomar una decisión. Por mucho que lo intentemos evitar, en la decisión final, siempre intervienen las emociones y, gracias a ellas, solemos tomar la decisión correcta.
Así lo han demostrado estudios llevados a cabo por Damasio, profesor de Neurociencia en la Universidad de Sur de California y uno de los mayores expertos en el estudio de la influencia de las emociones en el cerebro.
Damasio centró sus estudios en personas con lesiones en la parte izquierda del lóbulo frontal la zona responsable del manejo de las emociones y la toma de decisiones. Estas personas mantienen todas sus facultades intelectuales intactas, pero no son capaces de sentir ninguna emoción, es decir, son racionalidad pura. Damasio observó que, contra lo que cabía esperar, estas personas tomaban decisiones incorrectas y que solían ser perjudiciales para ellos mismos. La razón de esto es que no eran capaces de anticipar emociones sobre las decisiones que tenían que tomar, es decir, cómo se sentirían si tomaban una u otra decisión.
Aunque es verdad que una emoción muy intensa nos nubla la razón y debemos esperar a sentirnos más tranquilos, cuando tomamos una decisión no debemos olvidarnos de lo que sentimos al hacerla, es decir, de la intuición que acompaña a la toma de decisiones.
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