miércoles, 11 de julio de 2012

LA SENDA




Una mujer y su hijo vivían entre las colinas; este era su primer y único hijo. 

El niño murió de una fiebre mientras el médico lo vigilaba. 



La madre, destruida por la tristeza, gritó al médico: 

-Dime, dime, ¿qué es lo que hizo aquietar su fortaleza y silenciar su canción? 

Y el médico respondió: 


-Fue la fiebre. 

Y la madre dijo: 


-¿Qué es la fiebre? 

Y también el médico respondió: 

-No puedo explicártelo. Es algo infinitamente pequeño que visita el cuerpo y que no podemos ver con nuestros ojos humanos. 

Luego el médico se fue y ella continuó repitiendo para sí: 


-Algo infinitamente pequeño que no podemos ver con nuestros ojos humanos. 

Por la tarde el sacerdote llegó para consolarla. Y ella lloró y gritó diciendo: 


-¡Oh! ¿Por qué he perdido a mi hijo, mi único hijo, mi primer hijo? 

Y el sacerdote respondió: 

-Hija mía, es la voluntad de Dios. 

-¿Qué es Dios y dónde está Dios? -preguntó entonces la mujer-. Quiero ver a Dios y rasgarme el pecho delante de Él y hacerme brotar sangre de mi corazón a sus pies. Dime dónde encontrarlo. 

-Dios es infinitamente grande -contestó el sacerdote-. No puede ser visto con nuestros ojos humanos. 

-¡Lo infinitamente pequeño asesinó a mi hijo por voluntad de lo infinitamente grande! -gritó la mujer-. Dime, ¿qué somos nosotros? 

En ese momento entró la madre de la mujer con el sudario para el niño muerto, y oyó las palabras del sacerdote y el llanto de su hija. Depositó el sudario y tomó entre sus manos la mano de su hija y le dijo: 

-Hija mía, nosotros mismos somos lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, y somos la senda entre ambos.

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