jueves, 3 de mayo de 2012

" EL HABLA HUERTANA"



EL HABLA HUERTANA José Frutos Baeza

El lenguaje de la huerta

tiene mucho que entender;

y lo mismo en Covatillas

que en la Urdienca y el Sequén,

chapurreándolo no gusta,

bien hablado da placer.

El habla huertana es dulce,

como el panal de la miel.

cuando platica de amores

la moza con su querer.

Alegre como el repique

de las castañuelas es,

cuando bailando parrandas,

la nena recorta bien,

y los mozos se escandilan

porque «esfisan» no sé qué,

y hasta relinchan de gusto,

sin poderse contener.

En los juegos de «manates»,

En donde no hay «paripel»,

pica como la mostaza,

y hay quien se pone de tres

colores, cuando el gracioso

se «esfarría» en su papel,

y se aboca toda la esencia

en menos de un santiamén.

Sentenciosa en el «perráneo»,

mucho más que la de un juez,

cuando por cuestión de mondas

se origina algún belén

y el hombre mete su vara

y evita que Juan y Andrés,

o se queden «transpunchaos»

y ni el Dios guarde se den,

o se pongan las costillas

a palos como el pez.

No es el lenguaje panocho

jerigonza de burdel,

sino mezcla del sencillo

romance de pura ley,

y del habla vigorosa

de aquel pueblo aragonés

que conquistador de Murcia

con el rey Jaime fue;

matizado con mil nombres

que dejó el árabe en él,

como Alquiba, Zaraiche,

Beniaján, Benialé,

Alberca, Aljufia, Alfande,

Benetúcer, Aljucer,

Almohojar, Alfatego,

Benicotó y Beniel;

habla expresiva, armoniosa,

a quien dieron lustre y prez,

en sus bandos Rubio y López;

en sus romances, Tornel;

Díaz Cassou, en sus cuentos;

Soriano, en el entremés.

Cabe al murado recinto

de Murcia, preciado edén,

vivió el huertano aferrado,

como el guerrero a su arnés,

a su lengua, a sus costumbres

y a sus tradiciones fiel;

y lo que labor de siglos

no lograra conmover,

al mediar el de las luces,

con su brillo y su oropel,

fue cayendo, fue cayendo,

sin poderse mantener.

Metió por la vega virgen

la locomotora el tren,

con su penacho ondulante

corriendo a todo correr,

y ¡ adiós, augusto silencio

del encantado vergel!

La revolución gloriosa

echó por tierra después

la muralla aspillerada,

de cuya vieja pared,

aun conservan los vestigios

Zaraiche y San Miguel.

Y luego Antonete Gálvez,

todo corazón y fe ,

alzó las huestes honradas

de huertanos, y en tropel

predicando del Cantón

el glorioso amanecer,

se los llevó a Miravete

y a Cartagena... y a Argel,

donde pobres y emigrados,

pasaron hambre y sed,

¡ dóciles aventureros

de aquella lucha cruel!

Todo en veint e años huyó

para nunca más volver:

metió el huertano en el arca,

sudario de tiempo aquel,

el jubón con cada broche

de plata como una nuez,

la chaqueta azul de gala,

el morisco zaragüel,

la capa majestuosa,

la montera, el calañés

y la manta espinardera,

que orlaba caireles cien,

y la huertana, la armilla,

el refajo o guardapiés,

el pañolico de espuma,

a unos dos dedos del que

el moño de picaporte

iba gracioso a caer,

la mantellina lujosa...

todo aquel vigoroso tren

con que la moza juncal

se formaba su «toilet»,

y salía por las sendas

más hermosa que un clavel,

dejando olor de membrillo

de las ropas al vaivén,

y a más de cuatro zagales

«pegaos a la paré».

Pero si a impulsos extraños

y por diferentes causas,

huyeron de las costumbres

de la población huertana,

l o secular y lo típico

de su gaya indumentaria,

sus costumbres y sus juegos,

sus bailes, sus serenatas...

el lenguaje, aquel lenguaje,

que con picarescas galas

don Joaquín López vertía

en sus célebres soflamas,

cuando hacía de «perráneo»

el primer día de má scaras,

con su vistosa carreta,

con las manos en la faja,

de pie y mirando al concurso

que embelesado escuchaba,

ese lenguaje, repito,

aunque no libre de mácula,

porque los kilos y el metro,

y hasta las piezas baratas

del teatro, con sus chistes

y sus canciones chulapas,

saltando «ciecas» y azarbes

llegaron a las barracas;

ese subsiste en su esencia

como reliquia preciada.

Habla de la Huerta mía,

expresión dulce y simpática

que en labios de mis mayores

escuché desde la infancia,

si mis cantares te copian

y mis romances esmaltas,

no es por ansia de laureles

ni por triviales jactancias,

es porque mi sangre es sangre

de humilde estirpe huertana,

es porque en mi ser palpitas,

porque te llevo en el alma,

y porque contigo evoco

ecos de edades pasadas,

y se recrea mi espíritu

con esa música grata,

que nace de tus acentos

y brota de tus palabras.

Y no al compás de la lira,

ni del laúd, ni del arpa

como trovador romántico

al pie del vetusto alcázar,

sino al rítmico y alegre

rasguear de la guitarra,

recordaré tus encan tos,

cantaré tus alabanzas,

mientras que inspire una nota,

tierna, dulce o delicada,

esa vega encantadora,

de que eres tú verbo y gala,

con sus colores espléndidos,

con el rumor de sus cañas,

con su ambiente de azahares

y su alfombra de esmeralda,

que se extiende hasta la sierra,

de tomillos matizada,

en donde asienta su trono

la Virgen de la Fuensanta.

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