domingo, 16 de marzo de 2014

POSESIVIDAD



No sé muy bien subido a qué historias, entré en un camino angustiante e inútil. Todo empezó con un ataque de celos con mi novia. Ella había preferido encontrarse con sus amigas del colegio y postergar la salida conmigo, que lo contrario.
Desde allí empezaron a desfilar por mi cabeza las situaciones de pérdida y el dolor que esto siempre me causaba. Yo había hablado en terapia de la importancia de vivir las pérdidas como tales, pero ahora estaba francamente fastidiado.
— No entiendo por qué tengo que compartir mi pareja con sus amigas, ni mis amigos con sus parejas. Lo digo así para
escucharme esta estupidez y que me ayudes. Cuando algo es Mío, aunque sea troglodítico como dices tú, siento que
tengo derecho de cederlo o NO, y por el tiempo que quiera yo. Por eso es Mío.
Jorge dejó la pava y me contó:
Caminaba distraídamente por la calle cuando la vio. Era una enorme y hermosa montaña de oro. El sol le daba de lleno y
al rozar su superficie reflejaba tornasoles multicolores, que la hacían parecer un personaje galáctico salido de una
película de Spielberg. Se quedó un rato mirándola como hipnotizado.
— ¿Tendrá dueño? –pensó. Miró para todos lados, pero nadie estaba a la vista. Al fin, se acercó y la tocó. Estaba tibia.
Pasando los dedos por su superficie, le pareció que su suavidad era la correspondencia táctil perfecta de su luminosidad y de su belleza.
— La quiero para mí –pensó. Muy suavemente la levantó y comenzó a caminar con ella en brazos, hacia las afueras de la ciudad. Fascinado, entró lentamente en el bosque y se dirigió al claro. Allí, bajo el sol de la tarde, la colocó con cuidado en el pasto y se sentó a contemplarla.
— Es la primera vez que tengo algo valioso que es mío. ¡Sólo mío! –pensaron los dos simultáneamente.
— Cuando poseemos algo y nos esclavizamos en dependencia de ese algo, quién tiene a quién, Demi... ¿Quién tiene a quién?

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