lunes, 31 de marzo de 2014

BUSCANDO A BUDA



A veces, volvía a preguntarme si el fundamento filosófico gestáltico no era demasiado egoísta. Parecía que la ideología daba tanta libertad, que alguien podía elegir cagarse en el resto del mundo y estaba bien. Alguien podía vivir mirándose el ombligo y no había problema. Parecía en fin, que los valores positivos de nuestra educación no eran valores para la Gestalt. Así que se lo pregunté al gordo.
— Es verdad –me dijo—, a veces parece que fuera así.
— ¿Y no es así?
— Sí. Es así... por eso parece que fuera así.
— ¡Qué gracioso!
— No, en serio, es así. En todo caso, de la Gestalt no sé. Pero yo, yo sí creo que cada uno debe ser como es, aunque ese “como es” sea una mierda.
— ¿Tú prefieres vivir entre la mierda?
— No, pero imagínate qué pasaría si cada uno viviera como es. Exactamente fiel a como es... Yo creo que pasaría lo
siguiente: Los que son una mierda, seguirían siéndolo y el cambio no aportaría nada. Pero los que actúan como mierda, sólo porque viven esforzándose por mejorar, esos, se volverían gentes muy agradables... y como si esto fuera poco, los bondadosos de corazón, dejarían de cuestionarse y tendrían mucho tiempo libre para hacer las cosas bien.
—Pero el final es lo mismo.
—No, no lo es. La educación en que vivimos cree que hay que educar la solidaridad, yo creo que hay que dejarla salir.
— ¿Qué tal educar para dejarla salir?
— Quizás pudiera ser útil, pero sin forzar a nadie a ser solidario. Eso es empujar al río para que fluya... y no me calza.
— Pero entonces existen mejores y peores personas, existen el egoísmo y la solidaridad, existen el bien y el mal.
— Es probable, pero prefiero pensar que existen alturas de vuelo. Prefiero pensar que andamos por el mundo caminando y caminando. Que hay algunas pocas personas que vuelan, como los maestros; que hay algunas, menos aún, que vuelan hay algunas pocas personas que vuelan, como los maestros; que hay algunas, menos aún, que vuelan muy alto, como los sabios, y que hay también, qué pena, quienes se arrastran. Son los que ni siquiera tienen altura para levantar su cabeza del suelo; son los que tú y yo llamamos malos tipos. Incluso admitiendo que no todos tienen alas, yo creo que cada uno puede aceptar su camino; o tratar de crecer para ganar altura. 
Pero la locura existe y hay algunos que, en lugar de alzar vuelo, dedican su esfuerzo a trepar para parecer más altos; y quienes, aunque suene increíble viven enterrándose más y más abajo buscando no sé qué respuestas. 
— En todo caso, me parece que todo depende de lo elevado del objetivo. 
—No sé, ¿te cuento un cuentito? 
Buda peregrinaba por el mundo para encontrarse con aquellos que se decían sus discípulos y hablarles acerca de la Verdad. A su paso, la gente que creía en sus decires venía por cientos para escuchar su palabra, tocarlo o verlo, 
seguramente por única vez en sus vidas. Cuatro monjes que se enteraron de que Buda estaría en la ciudad de Vaali, 
cargaron sus cosas en sus mulas y emprendieron el viaje que llevaría, si todo iba bien, varias semanas. Uno de ellos 
conocía menos la ruta a Vaali y seguía a los otros en el camino. 
Después de tres días de marcha, una gran tormenta los sorprendió. Los monjes apuraron el paso y llegaron al pueblo, donde buscaron refugio hasta que pasara la tormenta. Pero el último no llegó al poblado y debió pedir refugio en casa de un pastor, en las afueras. El pastor le dio abrigo, techo y comida para pasar la noche. 
A la mañana siguiente, cuando el monje estaba pronto para partir fue a despedirse del pastor. Al acercarse al corral, vio 
que la tormenta había espantado las ovejas del pastor y que éste trataba de reunirlas. El monje pensó que sus cofrades 
estarían dejando el pueblo y si no salía pronto, los demás se alejarían. Pero él no podía seguir su camino, dejando a su 
suerte al pastor que lo había cobijado. Por ello decidió quedarse con él hasta juntar el ganado. 
Así pasaron tres días, tras los cuales se puso en camino a paso redoblado, para tratar de alcanzar a sus compañeros. 
Siguiendo las huellas de los demás, paró en una granja a reponer su provisión de agua. Una mujer le indicó dónde estaba el pozo y se disculpó por no ayudarlo, pero debía seguir con la cosecha... mientras el monje abrevaba sus mulas y cargaba sus odres con agua, la mujer le contó que tras la muerte de su marido, era difícil para ella y sus pequeños hijos llegar a recoger la cosecha antes de que se pudriera. 
El hombre se dio cuenta de que la mujer nunca llegaría a recoger la cosecha a tiempo, pero también supo que si se 
quedaba, perdería el rastro y no podría estar en Vaali cuando Buda arribara a la ciudad. Lo veré algunos días después, pensó, sabiendo que Buda se quedaría unas semanas en Vaali. La cosecha llevó tres semanas y apenas terminó la tarea, el monje retomó su marcha... 
En el camino, se enteró de que Buda ya no estaba en Vaali. Buda había partido hacia otro pueblo más al norte. El monje cambió su rumbo y se dirigió hacia el nuevo poblado. Podría haber llegado aunque más no fuera para verlo, pero en el camino tuvo que salvar a una pareja de ancianos que eran arrastrados corriente abajo y no hubieran podido escapar de una muerte segura. Sólo cuando los ancianos estuvieron recuperados, se animó a continuar su marcha sabiendo que Buda seguía su camino... 
...Veinte años pasaron con el monje siguiendo el camino de Buda... y cada vez que se acercaba, algo sucedía que 
retrasaba su andar. Siempre alguien que necesitaba de él evitaba, sin saberlo, que el monje llegara a tiempo. Finalmente se enteró de que Buda había decidido ir a morir a su ciudad natal. 
Esta vez, dijo para sí, es la última oportunidad. Si no quiero morirme sin haber visto a Buda, no puedo distraer mi 
camino. Nada es más importante ahora que ver a Buda antes de que muera. Ya habrá tiempo para ayudar a los demás, después. Y con su última mula y sus pocas provisiones, retomó el camino. 
La noche antes de llegar al pueblo, casi tropezó con un ciervo herido en medio del camino. Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus heridas con barro fresco. El ciervo boqueaba tratando de tragar el aire, que cada vez le faltaba más. Alguien debería quedarse con él, pensó, para que yo pueda seguir mi camino. Pero no había nadie a la vista. Con mucha ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su marcha, le dejó agua y comida al alcance del hocico y se levantó para irse. 
Sólo llegó a hacer dos pasos, inmediatamente se dio cuenta que no podría presentarse ante Buda, sabiendo en lo profundo de su corazón que había dejado solo a un indefenso moribundo... Así que descargó la mula y se quedó a cuidar al animalito. Durante toda la noche veló su sueño como si cuidara a un hijo. Le dio de beber en la boca y cambió paños sobre su frente. 
Hacia el amanecer, el ciervo se había recuperado. El monje se levantó, se sentó en un lugar apartado y lloró... 
Finalmente, había perdido también su última oportunidad. 
—Ya nunca podré encontrarte –dijo en voz alta. 
—No sigas buscándome –le dijo una voz que venía desde sus espaldas— porque ya me has encontrado. 
El monje giró y vio cómo el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada forma de Buda. 
—Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi encuentro en el pueblo... y respecto a mi muerte, no te inquietes, el Buda no puede morir mientras haya algunos como tú, que son capaces de seguir mi camino por años, 
sacrificando sus deseos por las necesidades de otros. Eso es el Buda, y Buda está en ti. 
—Creo que entiendo. Un objetivo supuestamente elevado puede ser un incentivo para levantar vuelo, pero puede también 
ser usado para justificar a algunos de los que se arrastran. 
—Eso es, Demi. Eso es.

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