Un mercader envió a su hijo a educarse con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el secreto de la felicidad. El muchacho anduvo muchos días por el desierto, hasta que legó a un castillo en lo alto de una montaña. El sabio vivía allí. Cuando entró en una gran sala del recinto vio una actividad inmensa: mercaderes que entraban y salían, personas que conversaban por los rincones, una pequeña orquesta tocando suaves melodías y una mesa cubierta de los más ricos manjares.
El sabio iba conversando y atendiendo a todos, motivo por el cual el joven tuvo que esperar más de dos horas. Finalmente, al saber el motivo de la visita del muchacho, le dijo que en aquel momento no tenía tiempo para explicarle el secreto de la felicidad, y le sugirió que aprovechara para dar una vuelta por el castillo. Después de otras dos horas podía volver a buscarle.
-Quiero pedirte un favor - continuó el sabio, entregando al muchacho una cucharilla en la que dejó caer dos gotas de aceite-. Mientras vas caminando, lleva esta cucharilla sin permitir que se derrame el aceite.
Así pues el chico, manteniendo los ojos fijos en la cucharilla empezó a subir y a bajar las escalinatas del palacio y caminó por sus recintos. Después de dos horas regresó con el sabio.
-¿Has visto la tapicerías de Persia que hay en el comedor? ¿Y el jardín que desde hace cien años es la admiración de todos? ¿Y los pergaminos antiguos de mi biblioteca?
El muchacho, avergonzado, confesó que no había visto nada, pendiente como estaba de no derramar las gotas de aceite que el sabio le había confiado.
-Vuelve, pues y conoce las maravillas de mi mundo.
No puedes confiar en un hombre si no has visto su casa.
Esta vez, más tranquilo, el muchacho cogió la cucharilla y recorrió de nuevo el palacio. Se fijó en todas las obras de arte, los pergaminos antiguos...Al regresar al lado del sabio le relató con pormenores todo lo que había visto.
-Pero ¿dónde están las dos gotas de aceite que te confié?
Mirando la cucharilla, el joven se dio cuenta que las había derramado.
-Pues éste es el único consejo que te puedo dar, muchacho. El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo sin olvidar nunca las dos gotas de aceite de la cucharilla.
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