Los optimistas se aman, procuran un alto nivel de autoestima, se valoran y aprovechan lo mejor posible sus talentos personales innatos.
Los optimistas aceptan a los demás como son y no malgastan energías queriendo cambiarlos, solo influyen en ellos con paciencia y tolerancias.
Los optimistas son espirituales, cultivan una excelente relación con Dios y tienen en su fe una vida fuente de luz y esperanza.
Los optimistas disfrutan del “aquí” y el “ahora”, no viajan al pasado con el sentimiento de culpa ni el rencor, ni al futuro con angustia, Disfrutan con buen humor y con amor.
Los optimistas ven oportunidades en las dificultades, cuentan con la lección que nos ofrecen los errores y tienen habilidad para aprender de los fracasos.
Los optimistas son entusiastas, dan la vida por sus sueños y están convencidos de que la confianza y el compromiso personal obran milagros.
Los optimistas son íntegros y de principios sólidos, por eso disfrutan de paz interior y la irradian y comparten, aun en medio de problemas y crisis.
Los optimistas no se desgastan en la crítica destructiva y ven la envidia como un veneno. No son espectadores de las crisis sino protagonistas del cambio.
Los optimistas cuidan sus relaciones interpersonales con esmero, saben trabajar en equipo y son animosos sembradores de fe y alegrías.
Los optimistas también tienen épocas difíciles, pero no se rinden ni se dejan aplastar por su peso, ya que saben que aun la noche mas oscura tiene un claro amanecer y que por encima de las nubes mas densas siguen brillando el sol; que todo túnel, por mas largo y oscuro que sea siempre tendrá otra salida y que todo río siempre tiene dos orillas,
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