sábado, 14 de abril de 2012

CUERPO Y ALMA




Oculto bajo la tenue luz que dilata sus pupilas. Atento y vigilante a no despertar la más mínima sospecha, recorre sigiloso el pasadizo que separa su alma del yugo. Cree haber encontrado la salvación en un par de cálidos ojos, como estanques de esmeralda agua perfumada. Estos globos oculares, a simple vista esmerilados, parecen hechizarle, intentándole llevar al precipicio. Si bien, es un hombre de fe, a su alma ahora no le importa nada, pues la esperanza la encuentra cautiva en esas bengalas que le extasían.

Persigue su sueño con la cándida idea de poder adueñarse de otro ínfimo intervalo de tiempo entre su fin, y su renacimiento. Dobla la esquina a la izquierda, y continúa al compás de los pasos de esa figura divina.

El frío se respira, y ni el humo de los cigarrillos parece inculcar a su pálido cuerpo un hálito de vida. Parece perdido, está absorto, parece muerto, pero su corazón aún late. Inyectado de sangre y adrenalina, se ve recorriendo embelesado, las viejas calles empedradas.

Podría decirse que en su mirada se dibuja la lujuria, parece tener su alma un etéreo tinte libidinoso; aunque en realidad, no son carnales sus intenciones. Contrasta su naturaleza humana con la de la cósmica mujer, que parece inmaculada. Aunque pálida, fría y calculadora, exuda seducción. ¿Será una autómata? A simple vista lo parece.

La noche, curiosa acerca del desenlace de esta extraña persecución. Ni la luna se atreve a menguar, admira estupefacta la obra que se lleva a cabo. ¿Acaso este día estaba destinado a ser así? ¿En las páginas del libro de la vida estaba escrito que el tiempo se detendría? Hasta Dios se sorprende del misterio que envuelve a estas dos almas en pena.

¿Almas en pena? No, almas en fuga como notas de alguna melodía perdida. ¿Dios en algún punto de la creación estableció que el amor tenía que ser específicamente de los vivos? No, nunca lo hizo.

Engendran extrañeza estos dos, que camina uno delante del otro, y parece huirle. El luminoso Arco los saca de su éxtasis, y les propina una buena dosis de realidad, no están solos. Todo esto tiene una atmósfera macabra, el miedo se apodera de los corazones que rezan, y entre la confusión de la vida y de la muerte, las dos sogas que son sus caminos se van entrelazando.

Cada piedra forja en su interior un amor indescriptible por esta tierra antigua, que los seduce con su serenidad y olor a esperanza. Cada luz parece desarrollar alas y acoplarse a la cadena que invisible, va uniendo estas dos almas, como luciérnagas amotinándose en contra del negativismo, simulando minúsculos cupidos.

La gente duerme, ignorando toda la magia que ocurre en su derredor. El oxígeno es denso, y se dificulta la respiración. Los suspiros que se escapan de ambos cuerpos parecen susurros de amor.

En dirección a un coloso dormido, se enredan en las laberínticas calles de esta joya del tiempo. Increíble el imaginar que Cronos ame tanto un lugar, que le otorgue el don de la inmortalidad.

Perenne y bendita esta tierra, madre de madrigales, coplas, cantares, soñares, pinturas, figuras, fantasmas, leyendas y verdades. Destila un aroma a rosas perpetuas, como pulverizadas en su superficie, y esparcidas por todas sus almas y santuarios de piedra. Mientras todo aquí tiene su propia melodía, los dos amantes cambian de ruta, y parecen dirigirse al este de un palacio, prisión de espíritus.

Aunque a veces paradójico, malicioso, irónico, onírico, pero en fin enigmático, el corazón femenino es lo más grande que puede añorar un hijo de Adán. Amedrentados, algunos corazones al despojarse de sus corazas huyen como queriendo librarse de las fauces de la pasión. ¿Es acaso esta la razón por la cual huye la bella? No sabría definir lo que ocurría en su interior, pero su faz parecía melancólica y preocupada; él, en cambio, tenía en sus ojos la típica ilusión. El fuego de la vela de su alma se incendiaba.

El camino parece haber terminado, porque se hallan a pocos metros de una reja que limita la entrada a los dominios de la muerte. Se intuye en el subconsciente la importancia y sublimidad de esta “ciudad muerta”. Sólo hace falta valentía para habitar en ella, y por si fuera poco, dejar como único requisito, una mínima cuota que nadie reniega pagar, una tarifa para descansar en paz… hay que dejar el alma encadenada al umbral del más allá y el menos acá.

La rendija se abre sin mano alguna, como empujada por el viento, y el chirriante eco que produce infunde pavor.

Ahora sí, aminoran la velocidad de sus pasos, caminan, casi arrastrando los pies, dejando tirado el calzado. Llegan a un blanco mausoleo y la fémina, se pone de rodillas, frente a una especie de cruz oxidada, ¿acaso oxidada por el llanto conmovedor de los ángeles? Él se pone a su lado, y juntos contemplan este mortuorio edificio.

Cierran sus ojos, y en actitud de oración, elevan a Dios una plegaria. Abren los ojos al mismo tiempo, se ponen de pie, se clavan mutuamente sus miradas, se sonríen, se toman de la mano y sin decir nada, se dan un beso que les entibiece el corazón. Él derrama una lágrima sobre el pecho de ella; ella regala un beso a la frente de aquél.

En la pupila de ella se observa ahora un esqueleto, en la pupila de él se refleja un espíritu. Cuerpo y Alma, en matrimonio, resultan uniéndose en el camposanto. ¿Y la mutua plegaria elevada al Todopoderoso? Estar juntos, aún después de la vida.

¿Será posible el dejar de vivir, y aún así seguir amando? El amor después de la muerte, es vida. En verdad, el amor es lo que mantiene vivos a nuestros muertos.

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