Son sensaciones que te envuelven enseguida, sensaciones que te nublan la mirada cuando se quiere dirigir más allá del mañana. Tienen el don de cambiar a las personas, su vida, su caracter, sus sueños.
Cuando están en tu vida el tiempo se enfurece para convertirse en una llama eterna que ni el agua de una lágrima pueda apagar. Cada segundo pesa en tu espalda y se acumulan más cargas que no puedes soportar; que no te crees capaz de soportar.
Porque cuando estas sensaciones acechan el mundo te parece un lugar mucho más frío, incapaz de ayudarte... y tú incapaz de respirar.
Sólo una luz al fondo te recuerda que nada es real y que todo es producto de esas sensaciones avariciosas que intentan entrar en lo más hondo de tí para acabar con cualquier signo de vida, de magia, de alegría. Es esa pequeña luz quien te guía y te obliga a liberarte de ellas, de esas míseras sensaciones que aun así son capaces de acabar con el único camino de salida... y cuando esto ocurre sólo quedan dos opciones: intentar quitar las piedras que han bloqueado el camino de esa luz salvadora o simplemente dejarse consumir por esas sensaciones que un día alguien decidió llamar tristeza.
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