lunes, 21 de abril de 2014

LA ESPOSA SORDA



Apenas me senté, empecé a hablar. Tenía ese día un tema muy claro sobre el que quería trabajar. Mis discusiones con mi pareja.
—Me parece que Gaby está de la nuca.
—De la ¿qué?
—De la nuca, chiflada, piantada, loca como una zapatilla...
— ¿Por...?
—Estuvimos discutiendo toda la semana por el tema de las vacaciones. Resulta que Gabriela quiere que vayamos todo el mes a Punta del Este con los viejos de ella, que nos invitaron; y yo no quiero ir porque me gustaría que nos fuéramos a Mar del Plata, con un grupo de amigos del club. Yo sé que a ella le gustaría mucho más el proyecto de Mardel, pero está emperrada en lo de Punta. Y si hay algo que a mí me pone loco es cuando Gaby se emperra. Más la veo así y más tozudo me pongo yo. Hasta que llega un momento en que no puedo hablar más con ella, porque siento que es absolutamente incapaz de abrir su cabeza y escuchar otras opiniones.
— ¿Y por qué ella prefiere ir a Punta del Este?
—Por nada, es un capricho.
—Pero ella no dice que es un capricho, ¿o sí?
—No, ella dice que quiere ir a Punta.
— ¿Y tú no le preguntaste por qué?

— Sí, claro que le pregunté, pero ni sé qué pavada me contestó.
— Dime, Demi, si no sabes que te contestó, ¿cómo puedes decir que es una pavada?
— Porque cuando Gabriela se encapricha, dice cualquier cosa y no escucha razones. Descalifica todo lo que el otro dice y lo único que atiende son sus propios argumentos.
—Descalifica tus argumentos.
—Sí.
—Dice, por ejemplo, que lo tuyo son estupideces, o que eres un cabeza dura...
—Esos argumentos. 
—Sí. 
—Eso. 
—O que eres un caprichoso. 
—Sí, también, cómo sab...? 
—Ayer me contaron un chiste. 
Un tipo llama al médico de cabecera de la familia: 
—Ricardo, soy yo: Julián. 
—Ah, ¿qué dices, Julián? 
-Mira, te llamo preocupado por María. 
—Pero, ¿qué pasa? 
—Se está quedando sorda. 
— ¿Cómo que se está quedando sorda? 
—Y si, viejo, necesito que la vengas a ver. 
—Bueno, la sordera en general no es una cosa repentina ni aguda, así que el lunes tráemela al consultorio y la reviso. 
—Pero, ¿te parece esperar hasta el lunes? 
— ¿Cómo te diste cuenta de que no oye? 
—Y... porque la llamo y no contesta. 
—Mira, puede ser una pavadita como un tapón en la oreja. A ver, hagamos una cosa: vamos a detectar el nivel de la 
sordera de María: ¿dónde estás tú? 
—En el dormitorio. 
—Y ella ¿dónde está? 
—En la cocina. 
—Bueno, llámala desde ahí. 
—MARIAAA... No, no escucha. 
—Bueno, acércate a la puerta del dormitorio y grítale por el pasillo. 
—MARIIIAAA... No, viejo, no hay caso. 
—Espera, no te desesperes. Toma el teléfono inalámbrico y acércate por el pasillo llamándola para ver cuándo te 
escucha. 
—MARIAA, MARIIAAA, MARIIIAAAA... No hay caso, doc. Estoy parado en la puerta de la cocina y la veo, está 
de espaldas lavando los platos, pero no me escucha. MARIIIAAA... No hay caso. 
—Acércate más. 
El tipo entra en la cocina, se acerca a María, le pone una mano en el hombro y le grita en la oreja: ¡MARIIIAAAA! 
La esposa furiosa se da vuelta y le dice: 
— ¿Qué quieres? ¡¿QUE QUIERES, QUE QUIEREEEES?!, ya me llamaste como diez veces y diez veces te contesté ¿QUÉ QUIERES?... Tú cada día estás más sordo, no sé por qué no consultas al médico de una vez... 
—Esto es la proyección, Demián, cada vez que veo algo que me molesta en otra persona, sería bueno recordar que eso 
que veo, por lo menos (¡por lo menos!) también es mío. 
Bueno, sigamos con lo tuyo... ¿qué me decías de los caprichos de Gabriela?...

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