Cuando somos jóvenes nuestra vida está llena de desafíos: estudios, viajes, el comienzo de nuestra vida laboral, el matrimonio, los hijos… estas y otras muchas situaciones hacen que nuestro cerebro se mantenga alerta, capaz de adaptarse a los cambios y las situaciones nuevas en pocos minutos y asimilando información novedosa casi en el momento en el que aparece. Con el paso del tiempo, sin embargo, todas estas situaciones se van volviendo más y más cotidianas, lo que hace que nuestra vida diaria cada vez sea menos desafiante para nuestro cerebro y cada vez nos vaya siendo más complicado mantenerlo en forma.
Esto, que es necesario para no vivir en un continuo estado de alerta, supone sin embargo que nuestro cerebro se relaja y cada vez nos cuesta más recordar cosas, aprender cosas nuevas y nuestras facultades se van viendo más y más mermadas según nos acercamos a la madurez y a la vejez. Para evitar esto, debemos mantener la mente lo más activa posible, lo que podemos lograr mediante sencillos ejercicios:
- Si vamos a la compra, trataremos de hacer las cuentas mentalmente de lo que vamos comprando y, cuando hayamos terminado, compararemos nuestro resultado con el que aparece en la caja.
- Cuando vayamos a comer o a cenar a un restaurante, al empezar a comer, trataremos de identificar los ingredientes de nuestro plato, así como los distintos sabores y aromas que aparecen en él. Es importante intentar identificar hasta los más.
- También es importante aprender nuevos hobbies o aficiones, que son las actividades que más mantienen la mente en marcha por el aprendizaje y la novedad que conllevan. En el caso de las personas mayores, es aconsejable compartir dichas aficiones con personas más jóvenes, para conservar la mente más activa.
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